Siempre ato la visita a algún lugar con el toque gastronómico. En Lisboa, la primera tarde fue imposible esquivar un comedero que atraía desde la puerta: en una improvisada parrilla asaban sardinas que los parroquianos devoraban en las mesas amontonadas. Lo curioso es que había ahi desde oficinistas recién salidos de trabajar, en saco y corbata, a obreros o turistas de cualquier lugar. El restaurante tenía todo el encanto portugués que no necesita de lujos. Allí todo era risa, conversación y humo. Humo de los cigarrillos y de la parrillita de las anchoas.
Estas anchoas al disco de arado avivan el recuerdo de aquellas otras. Es el pescado más sencillo de condimentar. Un poco de sal y limón, y ponerlas a chillar sobre el hierro caliente.
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